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En la mitología griega, Céfiro (en griego Ζέφυρος, Zéphyros) era el dios del viento del oeste,[1] hijo de Astreo y de Eos,[2] o bien de Gea, según un autor.[3] Céfiro, «de aliento dulce», era el más suave de todos[4] y se le conocía como el viento fructificador, mensajero de la primavera.[5] Se creía que vivía en una cueva de Tracia.[6] En los textos homéricos se lo considera el más rápido de todos los vientos.[7] También se dice que tras la caída y muerte de Faetonte Céfiro se unió a varios cisnes para entonar un lamento fúnebre.[8]
En diferentes historias se narraba que Céfiro tenía varias esposas. En una ocasión se representa como el marido de Iris, la diosa del arcoíris con quien tuvieron a Poto[9] o incluso a Eros.[10] Raptó a otra de sus hermanas, la diosa Cloris, a la que dio el dominio de las flores; de esta unión alegórica nació Carpo (‘fruta’).[11] Se decía que había competido por el amor de Cloris con su hermano Bóreas, a quien terminó ganando. También se cuenta de él que con otra de sus hermanas y amantes, la arpía Podarge, fue padre de Balio y Janto, los caballos de Aquiles.[12] Si bien otro autor, en cambio, nos dice que Céfiro fue el padre del caballo Arión, en su unión con otra de las Harpías.[13] Incluso se dice que engendró a los tigres.[14]
Uno de los mitos conservados en los que Céfiro aparece más prominentemente es el de Jacinto, un hermoso y atlético príncipe espartano. Céfiro se enamoró de él y lo cortejó, al igual que Apolo. Ambos compitieron por el amor del muchacho, este eligió a Apolo, y Céfiro enloqueció de celos. Más tarde, al sorprenderlos practicando el lanzamiento de disco, Céfiro les mandó una ráfaga de viento, y el disco, al caer, golpeó en la cabeza a Jacinto que murió. Con la sangre del muchacho muerto, Apolo haría la flor homónima.[15]
En la historia de Cupido y Psique, fue Céfiro quien sirvió a Eros transportando a Psique hasta su cueva.[16]
Se le representa como un hombre joven, con alas de mariposa o hada, sin barba, semidesnudo y descalzo, cubierto en parte por un manto sostenido entre sus manos, del cual lleva y va esparciendo una gran cantidad de flores.
Su equivalente en la mitología romana era Favonio[17] (Favonius, ‘favorable’), quien ostentaba el dominio sobre las plantas y flores. Su nombre era muy común en la Antigua Roma.
Varios autores dejaron atestiguados al menos dos templos en donde se le rendía culto, uno en Rodas[18] y otro en el Ática.[19]